La razón para visitar Chile dista mucho de un plan
perfectamente organizado. ¡Por la razón o por la fuerza! Todo se fraguó en la terraza de un restaurante muy
turístico y sobrevaluado donde conocí una chilena quinesióloga, amante de los
deportes extremos y el reggaetón. No vamos a hablar de eso acá.
Llegué al medio día al Cajón del Maipo. Un pueblo pequeño a
una hora de Santiago. Perfecto para actividades outdoor. La vista se impresiona con las grandes montañas y largos campos verdes. Y el
fresco que por la noche será mayor.
Ahí estaba yo haciendo la de turista maravillado con el
pequeño pueblo que tenía cuatro casas de ancho y siete de largo. Foto foto foto
y para. Comer, Internet y buscar un sitio donde dormir. El Cajón del Maipo
sufre las consecuencias de la minería. El río en el que algunos deportistas
extremos practican rafting corre peligro. Y no solo el río. La actividad minera
copa los pocos espacios disponibles para descansar en el pequeño pueblo. Y eso
me puso en apuros.
No encontré espacio para mí en ningún lugar. La gente me
miraba extraño y desconfiada. Tienen toda una larga historia que lo justifica.
Y eso tampoco ayudó. Por primera vez en mi viaje mochilero me encontraba a la intemperie
visualizándome en una banca del parque central, descansando como un mendigo. Y
eso pasó. Solo que…
Después de comprar mí cena. Vino en caja, queso, pan,
galletas. Me preparaba para dormir en esa banca del parque. Estaba nervioso. La
gente que cruzaba por ahí a esas horas no tenía las mejores caras del Cajón. Trataba
de parecer despierto. No me recosté. Estaba sentado normal con mi mochila
grande a un lado y la pequeña al frente en mi pecho para calentarme. El frío de
la noche iba en aumento y no servía mucho esto de dormir con un ojo abierto.
De repente un perro se acercó y se sentó en la banca de la
izquierda. Eso me hizo sentir como un mendigo de verdad. Solo faltaba conocer a
la mendiga y esto sería otra historia que incluía lluvia y bailes en postes. Pero
a falta de uno, apareció otro perro, enorme, parecía un Gran Danés. Cariñoso y
algo intenso, se auto invitó a mi banca y se quedó ahí dormido. Ya tenía dos
perros a mis costados. Un tercero apareció sigiloso detrás de la banca y se
acostó en el llano que ahí había. Minutos más tarde un cuarto se dispuso a dormir justo
en frente de mi banca. Cuatro perros cubriendo perfectamente mis puntos cardinales, durmiendo a mi lado, en el parque central del Cajón del Maipo en
Chile. Es lo último que se hubiera pasado por la cabeza cuando empecé ese viaje
en julio del 2015. (Ya era septiembre) La cara de la gente que cruzaba por ahí me miraba aún más
raro. Seguro me veía como “El Señor de las Bestias”, o como la señora criadora
de palomas de “Mi Pobre Angelito 2” pero con perros. El nerviosismo que sentía
antes se esfumó ante mi ejército canino. Pero tenía que mear. Así que después
de esa escena digna de un sacrificado protector de animales que recibe su recompensa me dispuse a encontrar
un lugar para descargar.
Salí del pueblo. O
mejor dicho caminé cuatro casas a un costado y los autos que pasaban no me
permitían relajarme. No quería ser el extranjero mendigo que ensucia las calles
descaradamente. Quería serlo discretamente. Así que seguí caminando en los
bordes del pueblo. Llegué a una calle iluminada que no servía para esos fines
pero estaba totalmente vacía. Mientras pensaba en eso salió del cerro un tipo
alto flacuchento a paso de que tenía algún asunto. Me miró
y se me acercaba a paso presuroso. Yo me imaginé lo peor. Pero quería mear
y no estaba de humor para que me maten o me roben todas mis cosas. Lo miraba con mi cara
más de mierda posible mientras se acercaba. Parecía muy tenso y muy acelerado.
En ese frío vestía una ligera camisa abierta a la altura del pecho. Empezamos a
caminar lado a lado y empieza a hablarme. “¡Te imaginaí que te asalten a mano
armada en pleno Santiago de Chile!” Le lancé mi mirada de John Wick después de
que le mataron a su perro querido. Me preparaba para el ataque.
Lo inesperado pasó. Un perro cafecito talla media, clásico
callejero, apareció detrás de nosotros. Empezó a ladrar al tipo que
intentaba seguir hablando, los ladridos desaforados de lo que parecía ser
mi defensor lo aplacaron, y enfurecido lo maldijo y se fue apresurado. El perro
no dejó de ladrarle por más de dos cuadras. El tipo intentaba sacárselo de
encima lanzando patadas que no lo alcanzaban. Cuando el perro terminó de
ahuyentarlo volvió sobre sus pasos. Ni siquiera me miró mi salvador de cuatro
patas y gesto orgulloso. Solo se fue por el mismo camino del que salió.
¿Qué significa esto? ¿En verdad me protege algo? Mi madre
diría que son los ángeles que me cuidan. Yo no puedo negar lo extraño del
suceso. Quién sabe lo que hubiera pasado si no aparecía. Ese día cinco perros
me protegieron. Podría divagar por el resto de mi vida sobre esto. Me quedo con
lo que diría mi madre.
Después de eso di la vuelta a la cuadra, oriné en un árbol,
y seguí mi búsqueda por un lugar para descansar antes de partir al Embalse del
Yeso. Esa historia se encuentra en algún post del pasado futuro.
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