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miércoles, 28 de octubre de 2015

Sandwish* / Una historia sobre mochileros


La concurrida Plaza de Armas / Arequipa, Perú







Los mochileros dicen que el verdadero viaje empieza cuando te quedas sin dinero.

Oscar es un chileno que conocí en el hostal más barato que pude encontrar en Arequipa. Tiene baja estatura, algo gordo, lleva lentes, y aunque es nervioso, tiene cierto carisma que seguro le llevará lejos. No se ve como un mochilero, sino más bien como un turista, no viste mal. Oscar tiene el plan de ir a Suiza a encontrarse con su hermano y conseguir su "sueño suizo".

Escapó de casa, su familia no sabe dónde está, por ahora. Su amigo lo dejó botado por una peruana que al parecer le ofreció el oro y el moro. ¿Quién no lo haría? Me contó que le robaron una buena suma de dinero, y que ahora se las ingenia para pagar el hostal vendiendo trufas, sánduches, o lo que se le ocurra. Me uní hoy a su plan de venta, y relativamente fue fácil hacerlo. Hay que esquivar policías, y sacar todo el carisma que no tienes, inventar historias, coquetear. En la guerra, el amor y el mochileo... todo se vale.

Puente Grau / Arequipa, Perú

Vendí dos trufas y dos sánduches de jamón con pepino y mostaza. Los primeros a un sol, los otros a 2 soles, pensado para 2.50 soles. Pero hay que bajarle porque un menú que incluye un primero, un segundo y un jugo cuesta 4 soles. Así, más de un sol suena a estafa, ahí entra el factor carisma.

El mundo del mochilero es generoso, cordial, e intenso. Oscar compartía conmigo desde un cigarro a sus conocimientos de supervivencia. Invaluable. Los mochileros de verdad tienen que vérselas a diario con una realidad fuerte y lejana de cualquier manifestación ególatra.

Pedir comida gratis en pollerías, o en cualquier otro lugar es común. Dependen de la amabilidad de las personas. Los mochileros comparten la información. Ese día un argentino con rastas nos dijo lo de las pollerías. Oscar dice que tienes problemas si no tienes un sol, pero si tienes al menos uno, entonces lo puedes multiplicar. Y es verdad. Empiezas a ver tus cosas de valor como minas de oro.

La comunidad mochilera es sobre todo generosidad. Si alguien no tiene nada le prestan/regalan, si no saben hacer nada les enseñan. Cuando vemos viajeros con sus manillas, debemos saber que esa es una de sus mejores maneras para ganar dinero. Conocí a una pareja que viajaba mochileando por mucho tiempo, ambos europeos, llevaban casacas NorthFace, pantalones Mammut, zapatos de alta montaña de marca; estamos hablando de todo un estilo de vida. Mochilear no es siempre sinónimo de pobreza, ni es para tontos. Es un estilo de vida que los más despiertos saben aprovechar.

Recibí datos de una chica colombiana para cruzar fronteras y evitar los controles abusivos y corruptos. La pude ver nuevamente de casualidad en un mercado en La Paz. Hay mucha información que prefiero no revelar. Mi introducción al verdadero mochilerismo sin duda fue superficial, pero en ese corto tiempo fue intenso e informativo.


Calle Santa Catalina / Arequipa, Perú

Llegada la noche, ya en el hostal, decidí dejar a Oscar. Su generosidad sobrepasaba los límites de mi periodismo. Que aunque le decía que no lo necesitaba, el seguía ayudándome desinteresadamente. Mi curiosidad llegó al punto de hacerme sentir mal. Yo lo investigaba y a su entorno. Creo que lo que Oscar buscaba en el fondo era un compañero de viaje que le sirva de apoyo en su travesía.

Oscar conoció una linda chica que le propuso trabajo en algún lugar, él lo veía como una gran oportunidad. Esa noche pudo conseguir diez soles para poder dormir en una cama en ese hostal, y consiguió algo más para tomar un trago en la noche.

Lo último que supe de él fue que volvió a su hogar, que recuperó su cuenta hackeada en facebook, y que está muy feliz con su pareja y familia.





***





*Foto tomada en el mercado de Arequipa en Perú.
Si se divaga una traducción "Deseo de arena" se
transforma en una metáfora de la continua lucha
que libramos por sobrevivir día a día.

miércoles, 14 de octubre de 2015

El café de Starbucks



Calle peatonal en Santiago de Chile 

Mercado de Cochabamba en Bolivia





Se puede ver a un rubio grande sonriente distraído, lleva un pantalón beige, zapatos de alta montaña, camisa blanca, sombrero beige redondo y gafas. Desde que tengo memoria, así se ve el clásico extranjero en Cuenca, y sigue así. Esa imagen es sinónimo de muchas cosas, algunas son ideas reales y otras se basan en estereotipos. Pude unirme a este grupo real/imaginario mientras viajaba por Sudamérica. Aunque no usé prenda color beige. Las logos y formas hacían lo suyo.

Entendía por qué aveces me hablaban en inglés. Era una cuestión de contexto. Otras veces era cuestión de comodidad. A sabiendas de que voy a ser descubierto, me infiltraba en un escenario sin un buen camuflaje. ¿Cómo no me iban a jalonear seis señoras del mercado para que coma en sus puestitos? Falsa riqueza. Gasté 10 soles. El pobre ahí era yo. Y me hicieron sentir como si Di Caprio hubiera aparecido de repente en el lugar.

Así mi "fama" se fue extendiendo. Desde la confusión de que yo era uno de los Plastilina Mosh (se tomaron una foto conmigo, yo les advertí que no era uno de ellos), a la confusión de que era el dueño de un hostal irlandés. (Un tipo se me acercó a pedir trabajo).

También se puede sentir una suerte de revolucionario, espía, o reportero de guerra cuando en los controles migratorios dices que eres periodista y te retienen más que a los demás con preguntas repetitivas e inquisitorias. Con que el pastor alemán no te ladre todo bien al final. ¿Por qué no dije que era publicista?

Por ahí se impresionaban con que un ecuatoriano haga ese tipo de viajes. Que escriba sobre el viaje en un sitio, que tenga una radio por Internet, o que sabía escalar. El más impresionado con eso fue un taxista en Arequipa, y en segundo puesto mi amigo en esa gasolinera en San José de Maipo.



Santiago de Chile sector Baquedano


La gente ve lo que quiere ver.

Pero llegué a Santiago de Chile. Donde desaparecí. No era ningún distintivo tener ropa con cierta marca, o usar esas gafas, o verme como un "aventurero", o llevar una mochila enorme y evidenciar mi estado de viajero. Era uno más. Caminar por Providencia y que ni un salonero me increpe con su maravilloso menú y promociones dos por uno. Cruzar el semáforo, y enfrentarme a una masa de gente, y que ni una chica me viera. Era otro nivel de invisibilidad. Todos en lo suyo. Menos yo.

Me fui por cafeína a la multinacional del frapuchino. Qué le voy a hacer, el café es bueno. Salí con mi nombre en el vaso "Nostalgia Inefable" y empecé mi regreso al hogar temporal. Volvía por la Piu Nono y sucedió que aparecí. Ya no era invisible. Las chicas me veían. Revisé si no tenía algo en el bigote, o en mi casaca. No. Todo estaba igual que antes. Lo único que cambió fue que llevaba en mi mano derecha un café de Starbucks. Era como un mal chiste sobre el Neoliberalismo. Erich Fromm lo hubiera usado como ejemplo para sus ideas en "Del tener al ser". Alguien ya cambió la frase de Descartes a: "Compro, luego existo".

Me detuve y estuve tentado a dejar caer mi café al suelo. Quería ver como los ojos de mi audiencia seguían el trayecto de lo que sería mi mayor atractivo del día. Pero recordé que me costó tres mil pesos y me detuve. Tomé otro sorbo, me quemé la lengua y me fui en pleno conocimiento de que mis poderes se iban a terminar tarde o temprano.

viernes, 2 de octubre de 2015

Todo llegó a su FUN


Aeropuerto de Santiago de Chile




Hoy (30 de septiembre 2015) se "celebra" los 26 años del estadio monumental (Colo Colo), ya han pasado 70 años de la muerte de James Dean, se rumora que Alexis Sánchez quiere irse del Arsenal, el metro se paralizó con un operativo policial debido a un objeto olvidado, y es el día del fan paris (tienda de ropa). En el noveno piso del multifamiliar "San Bernardo" sector Baquedano en Santiago de Chile, con una vista llena de edificios y una iglesia que muestra su pequeñez ante tan magnos departamentos, me hago a la idea de que en varias horas estaré de vuelta en Cuenca.

Ya me voy. Dije hace varios días atrás. Pero las fiestas patrias se interpusieron en mi camino y como dije cuando nací, a lo hecho pecho, y sí que chupé de todo en Chile. Me refiero a la gran oferta de alcohol que se puede conseguir. Desde Pipeño a un buen vino. Y todos a un bajo precio. Porque el resto cuesta su alguna cosita.

Y como dicen por ahí, el que mucho se despide pocas ganas tiene de irse. Así que me quedé, y aunque hoy sí me voy y no quiero irme, queda todo un sur por explorar. No encontré el "Tren al Sur", entonces respiré "atento y hondo", busqué la dirección en google maps, pero estaba mal.

Volver me suena mal, porque suena a retroceso, detesto volver. Mirar hacia atrás y no ver un buen culo. Mirar hacia atrás es como perder. Pero si voy a perder que sea una pérdida fantástica...

***

Hace 10 años tuve la oportunidad de hacer mi primer viaje internacional. El primer contacto con lo desconocido fue la gente del aeropuerto. Cada uno era más interesante que el otro. Barbones desalineados con grandes mochilas empolvadas y sucias iban y venían. Rubias con bronceados perfectos se paseaban dejando ver uno que otro tatuaje. Muchos revisaban unas guías que parecían muy prácticas, al parecer todos los viajeros conocían sobre ellas. Toda la gente se veía tranquila, parecía que sabían donde ubicarse, y qué hacer.

Yo estaba emocionado con la idea de cruzar el Atlántico, no dejaba de ver todo lo que me rodeaba, era fascinante. Los pasajes llenos de mercadería, las azafatas sonrientes y hermosas, el pasaporte, vacío, esperando llenarlo pronto, la gente, quiénes eran, qué hacían, a dónde iban. Personajes misteriosos con look desenfadado y desaliñado. Algunos llevaban equipo deportivo para esquiar, surfear, snowboard, otros solo se veían polvorientos, como si hubieran escapado de una tribu en el amazonas o de los peligros de lo que yo creía que existía en lugares remotos.

Foto por Sylvia en el aeropuerto de Santiago de Chile



¿Cuánto tiempo te toma verte como quieres?

Diez años después. Barbudo, polvoriento, desaliñado, desenfadado, sonriente, con la espalda magullada y la piel maltratada, así me veo mientras dejo mi maleta en el counter de la aereolínea, me doy cuenta que había "escapado de una tribu en el amazonas, que volví de una aventura en lugares remotos, y que casi conozco al Dalai Lama", y hay más.

Algo cansado, pero contento, camino por esos aeropuertos que tanto me gustaban, con una apariencia de haber estado en una guerra, o de haber estado naúfrago en una isla desierta. Llegaré a casa. Pronto me afeitaré y me arrepentiré, la barba del viaje es casi un trofeo. ¿Cuándo pasó que necesito un masaje? El Joven. Darío está de vuelta y seguiré escribiendo sobre lo que pasó en este viaje. Pero primero dormiré. ¿Qué día es?





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