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martes, 2 de septiembre de 2025

Terrores perros

 Sequía, Apagón y Lágrimas

En junio de 2024, Ecuador iba a experimentar una nueva temporada de su serie de suspenso preferida. Varias ciudades del país se quedaron sin luz como resultado de una gestión gubernamental descuidada del aparataje energético. Paralelamente vivimos una sequía hidrológica sin precedentes que vio su fin en diciembre de ese año después de 160 días de ríos empedrados y llanos amarillentos. Y estábamos a la espera de elecciones presidenciales. (Se va a poner peor)

Cuando la gente dice “no puede ponerse peor”, es porque se olvidan donde vivimos. En ese marco coyuntural mi familia iba a enfrentar un miedo que aguardaba en las sombras.

Un perro grande y peligroso estaba en el rincón más profundo y estrecho de la casa de campo familiar. La sorpresiva amenaza acechaba oculta en una llanta vieja de la que no quería salir. Mi padre fracasó al intentar disuadirlo picándolo ligeramente con un largo palo. Mi madre preocupada me pidió que ayude a sacar al feroz animal. Vestido sin armadura alguna, en sandalias iba a enfrentar al dragón, mi padre me asignó una pesada pala para defenderme del ataque. Él blandía un palo y una soga para sacarlo de ahí, y de la casa. El enfrentamiento era inevitable.

Lo esperé hasta el último momento con mi pala en mano. Mi viejo viéndolo de frente me advertía que ahí estaba. Yo a un lado, muy alerta empecé a ver, poco a poco, su hocico salir de la oscura guarida buscando el cielo, o nuestros rostros para arrancarlos. La ferocidad de ese animal que apenas cambiaba de dientes fue tentada con mi arcaica y poco probada técnica del “pss pss” junto a un golpeteo de mis piernas con las palmas de mis manos. La bestia decidió embestir mi sorpresa con su cachorréz. Cabeza gacha para que yo crea que está vencido, cola entre las piernas para convencerme de su sumisión. Me muestra la pequeña lacra diagonal que blande su hocico para causar pena. Su sucia peludez y flacura no hacía nada más que añadir artimañas a ese hábil guerrero que sin duda buscaba encajar su letal ataque.

Las pulsaciones de mi corazón aumentaron repentinamente ante los movimientos zigzagueantes del animal que se me acercó ineludible. Mi corazón a 140 bpm. ¿Ansiedad y pánico? A ese nivel de pulsaciones uno está enamorado. El perro emergió a la superficie donde flota nuestra compasión. El anzuelo se atascó en nuestras vísceras, una operación muy comprometida podría extirpar ese arpón, sin éxito.

Aún no tenía el nombre que la llevaría a la fama… Cornelia.




Escondida entre unas llantas viejas, sale, mea y se revela perra. Mestiza abandonada y maltratada de seis/siete meses de mediana estatura, con abundante pelaje amarillo y con un toque de pelo negro que decora su lomo como una pequeña capa de heroína abierta a lo ancho y largo. Lleva franjas de pelo rojo a los costados, su culo está rodeado de un pelaje blanco que cae por las patas traseras simulando un corgi visto desde atrás. Sus orejas tipo border collie tienen pelos desiguales que sobresalen, como esas imágenes religiosas que representan la iluminación con largas líneas doradas saliendo de la cabeza(todos los perros van al cielo). Su cara alargada y fina, collie/forme, contiene la trampa de sus pequeños ojos cafés que en la noche parecen canicas brillantes que ruegan por comida, esas canicas están decoradas por unas curiosas pestañas rubionaranjas. Su cola se asemeja a la hierba comúnmente conocida como cola de conejo solo que de tamaño monumental, es como un algodón de azúcar con yapa. Sus patas uñeantes raspan a los humanos cariñosos menos versados en el arte de tratar a un perro. El pelaje de sus patas delanteras tiene un secreto que no voy a compartir. La perra ahora conocida como Cornelia enfrenta el miedo de tenerme como jauría.

La acompaño a través de llanos amarillos en búsqueda de un aliciente estomacal y vómito inducido. La veo feliz volviendo con una rata calavérica en la boca que encontró entre las piedras de los ríos totalmente secos. Se caga en la vereda al frente de la cervecería checa al no encontrar un llano cerca. No quiero mencionar lo que se tragó en los paseos suelta en la tres de noviembre en los días de apagones.

Lo que sí quiero mencionar es que un día ladró entendiendo que el territorio donde se sentó es suyo. En esas dos primeras semanas junto a mí, su cola que aún permanecía baja, de repente se levantó. Su cola peluda blandió en alto los colores de su jauría causando el temor de su dueño, de que su bandera alcance el nivel de un can de tres pisos(no pasó).









miércoles, 23 de mayo de 2018

Perros en el Cajón






La razón para visitar Chile dista mucho de un plan perfectamente organizado. ¡Por la razón o por la fuerza! Todo se fraguó en la terraza de un restaurante muy turístico y sobrevaluado donde conocí una chilena quinesióloga, amante de los deportes extremos y el reggaetón. No vamos a hablar de eso acá.

Llegué al medio día al Cajón del Maipo. Un pueblo pequeño a una hora de Santiago. Perfecto para actividades outdoor. La vista se impresiona con las grandes montañas y largos campos verdes. Y el fresco que por la noche será mayor.

Ahí estaba yo haciendo la de turista maravillado con el pequeño pueblo que tenía cuatro casas de ancho y siete de largo. Foto foto foto y para. Comer, Internet y buscar un sitio donde dormir. El Cajón del Maipo sufre las consecuencias de la minería. El río en el que algunos deportistas extremos practican rafting corre peligro. Y no solo el río. La actividad minera copa los pocos espacios disponibles para descansar en el pequeño pueblo. Y eso me puso en apuros.

No encontré espacio para mí en ningún lugar. La gente me miraba extraño y desconfiada. Tienen toda una larga historia que lo justifica. Y eso tampoco ayudó. Por primera vez en mi viaje mochilero me encontraba a la intemperie visualizándome en una banca del parque central, descansando como un mendigo. Y eso pasó. Solo que…

Después de comprar mí cena. Vino en caja, queso, pan, galletas. Me preparaba para dormir en esa banca del parque. Estaba nervioso. La gente que cruzaba por ahí a esas horas no tenía las mejores caras del Cajón. Trataba de parecer despierto. No me recosté. Estaba sentado normal con mi mochila grande a un lado y la pequeña al frente en mi pecho para calentarme. El frío de la noche iba en aumento y no servía mucho esto de dormir con un ojo abierto.

De repente un perro se acercó y se sentó en la banca de la izquierda. Eso me hizo sentir como un mendigo de verdad. Solo faltaba conocer a la mendiga y esto sería otra historia que incluía lluvia y bailes en postes. Pero a falta de uno, apareció otro perro, enorme, parecía un Gran Danés. Cariñoso y algo intenso, se auto invitó a mi banca y se quedó ahí dormido. Ya tenía dos perros a mis costados. Un tercero apareció sigiloso detrás de la banca y se acostó en el llano que ahí había. Minutos más tarde un cuarto se dispuso a dormir justo en frente de mi banca. Cuatro perros cubriendo perfectamente mis puntos cardinales, durmiendo a mi lado, en el parque central del Cajón del Maipo en Chile. Es lo último que se hubiera pasado por la cabeza cuando empecé ese viaje en julio del 2015. (Ya era septiembre) La cara de la gente que cruzaba por ahí me miraba aún más raro. Seguro me veía como “El Señor de las Bestias”, o como la señora criadora de palomas de “Mi Pobre Angelito 2” pero con perros. El nerviosismo que sentía antes se esfumó ante mi ejército canino. Pero tenía que mear. Así que después de esa escena digna de un sacrificado protector de animales que recibe su recompensa me dispuse a encontrar un lugar para descargar.

Salí del pueblo.  O mejor dicho caminé cuatro casas a un costado y los autos que pasaban no me permitían relajarme. No quería ser el extranjero mendigo que ensucia las calles descaradamente. Quería serlo discretamente. Así que seguí caminando en los bordes del pueblo. Llegué a una calle iluminada que no servía para esos fines pero estaba totalmente vacía. Mientras pensaba en eso salió del cerro un tipo alto flacuchento a paso de que tenía algún asunto. Me miró y se me acercaba a paso presuroso. Yo me imaginé lo peor. Pero quería mear y no estaba de humor para que me maten o me roben todas mis cosas. Lo miraba con mi cara más de mierda posible mientras se acercaba. Parecía muy tenso y muy acelerado. En ese frío vestía una ligera camisa abierta a la altura del pecho. Empezamos a caminar lado a lado y empieza a hablarme. “¡Te imaginaí que te asalten a mano armada en pleno Santiago de Chile!” Le lancé mi mirada de John Wick después de que le mataron a su perro querido. Me preparaba para el ataque.

Lo inesperado pasó. Un perro cafecito talla media, clásico callejero, apareció detrás de nosotros. Empezó a ladrar al tipo que intentaba seguir hablando, los ladridos desaforados de lo que parecía ser mi defensor lo aplacaron, y enfurecido lo maldijo y se fue apresurado. El perro no dejó de ladrarle por más de dos cuadras. El tipo intentaba sacárselo de encima lanzando patadas que no lo alcanzaban. Cuando el perro terminó de ahuyentarlo volvió sobre sus pasos. Ni siquiera me miró mi salvador de cuatro patas y gesto orgulloso. Solo se fue por el mismo camino del que salió.

¿Qué significa esto? ¿En verdad me protege algo? Mi madre diría que son los ángeles que me cuidan. Yo no puedo negar lo extraño del suceso. Quién sabe lo que hubiera pasado si no aparecía. Ese día cinco perros me protegieron. Podría divagar por el resto de mi vida sobre esto. Me quedo con lo que diría mi madre.

Después de eso di la vuelta a la cuadra, oriné en un árbol, y seguí mi búsqueda por un lugar para descansar antes de partir al Embalse del Yeso. Esa historia se encuentra en algún post del pasado futuro.

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