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sábado, 23 de enero de 2021

El Sabor del Cariño

 













(Ilustración: Claudia Fuentes)



Ya mucho antes de marzo del 2020 todo tema estaba envuelto en enfermedad. No voy a hablar con datos contundentes sobre la pandemia, o sobre estos días tan agridulces. Este es un texto que pretende conectar con la niñez.

La enfermedad siempre estuvo presente en mi vida de niño. Guagüito, flaquito y enclenque, llorón y mal genio. Yo era el azote de la tranquilidad de toda mi familia. Recuerda mi madre, frunciendo la cara, mis atinados berrinches inconsolables cuando llegaba mi padre del trabajo. ¿Qué le hicieron a mí guagua? ¿Por qué está llorando? Preguntas que nunca tendrán respuesta.

Amigdalitis. Cuando ya podía recordar alguna cosa, a mis tres años, viene a mi memoria la imagen de mi abuela diciéndome que me quiere mucho en el comedor de la casa. Mi abuelita Michi. Su gato negro se me abalanzó en su casa, porque yo lo miraba fijamente a los ojos, no sabía que lo desafiaba. No hay trauma, me gustan los perros en todo caso. Otro de mis recuerdos es el de mi médico, el Pancho. Parecía que siempre estaba al pie del cañón, listo para salvarme. De voz profunda y grave, alto y flaco, pero no enclenque, tampoco imponente, con anteojos de viejito de película, pálido, cabello castaño, corte formal clásico y serio, bigote bien cuidado, cualquiera diría que es un académico aburrido. Quizás sí, pero me salvaba después de la llamada de los padres.

¿Diagnóstico? Amigdalitis. Todo a esa edad termina en “itis”. Amígdala, del griego amygdale, almendra, por su parecido con ese fruto. A mí siempre me parecieron enormes, como cacahuates, y cómo no, si las tenía hinchadas constantemente. Y ahí es donde empieza a aparecer el sabor del cariño.

Amigdalitis. Aparecía y me enviaba a la cama de mis padres, porque no hay mejor cama para recuperarse, grande, y tiene la mejor tele. En ese estado se sueña mucho, pesadillas, recuerdo algunas tan incoherentes. Despierto, veo de reojo el velador que tiene una radio, libros delgados que nunca se leen, una cajita pequeña para las monedas, billetera, tarjetas, y pastillas blancas y enormes, un jugo de algo para pasarlas, y entre todo eso, lo que más me curaba… la gelatina, la gelatina de piña.

La Mari, mi querida amiga nutricionista, me dice que la gelatina es una proteína de mala calidad. Si reviso los ingredientes, encuentro, sin sorpresa, colorantes artificiales amarillo número 6, y 5, y que ni siquiera tiene saborizante a piña, el resto es peor. Pero me cura. Enclenque y tembloroso, nadando en fiebre, y con dolor de almendras, el sabor de la gelatina de piña cumplía una vez más su labor curativa. Eso y la docena de antibióticos que me tragaba dolorido.

Enfermo y con el cuello hinchado, me despierto otra vez, ahora el velador no tiene gelatina de piña, sino una atractiva jarra de vidrio de forma esférica con un cartoncito que indica el sabor a manzana del contenido. Yo no era fan de la manzana en mi niñez, y peor si venía en frasco de vidrio. Mi viejo me decía que eso me va a hacer bien, zas un bocado. Sabor más a remedio que a jugo. El viejo me contaba que le daban ese “elixir” cuando estaba enfermo, y aseguraba sus beneficios curativos. Me estaba hablando del sabor del cariño, no siempre sabe bien, y a veces incluye cuestionables cantidades de azúcar.

Existen otros casos de cariño en los que la enfermedad viene por separado. Entra el café con leche que hace mi madre. Solo mencionar “la hora del café” debería causar buenas sensaciones en usted, grato y nostálgico lector. La hora del café es casi sagrada, y ritualística, en especial en los fines de semana. La madre pone a pasar el café, el aroma inunda el hogar, sus habitantes empiezan a rondar la cocina, algunos se acomodan listos para ser servidos, otros ayudan, quizás haciendo sánduches de queso, o estorbando en el sutil camino de la madre líder que ya prepara la mezcla final con leche y azúcar. Un manjar. Escribir esto aumenta mi sistema inmune.

Soy intolerante a la lactosa, y ya no tomo bebidas con azúcar. Las cosas que me hacen bien, me hacen mal. El café con leche que hace mi madre no es ese postre que describo; es un abrazo familiar, es la conversación, la sensación de bienestar que causa que la familia se junte, es la suma infinita de buenos momentos, es un dulce, una golosina para el alma. Pocas veces le he dicho que no a ese ritual. La última tentación…

Intenté hacerlo por mi cuenta muchas veces. Utilicé métodos de medida muy precisos. Imposible. La receta secreta es el amor. Tan cursi y simple como eso. No es la calidad, ni la marca. Podría ser la gelatina más barata, el café de promoción. No lo cambio por nada. Reconfortante y acogedor, ese es el sabor del cariño.

Te invito a buscar estos sabores en tu memoria, y si te animas a que me los compartas.

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La ilustración a cargo de Claudia Fuentes. Puedes chequear su cuenta en IG: @clau_fuentes_

8 comentarios:

down to earth dijo...

Dario!!!! I love everything about your post.

I also love the artwork. Is Claudia a friend of yours? If so please tell her so.

I remember how you seemed so angry and cried all the time when you were very young. I had no idea you were not feeling well. I know what it is like to have tonsilitis as I too suffered from that as a child. My belated sympathies now.

My response to your post is below in my rusty Spanish. Feel free to correct any and all mistakes I have made.

Sopa de gallina y pan tostado con mantequilla cortado en triángulos! Mmm. La mantequilla derretida y salada calmó mi garganta cruda mientras se deslizaba suavamente hacia abajo.
La sopa de gallina con pasta hecho por Campbell’s fue mi sopa favorita. Hasta hoy en dia asociá el sabor y el aroma con estos tiempos cuando mi mama me cuidaba.

Pero antes de obtener estas cosas tan obligatorias para sobrevivir la enfermedad del momento, fue necesario luchar fuerte para quedarme en casa pero no tuvo esfuerza.

Cuando me sentí mal y no quería irme a la escuela, entro mi padre y decia con autoridad, "No estás enferma. Estás solamente "swinging the lead. Levántate ahorita mismo."

Esto inició una de las numerosas peleas entre mi padre y mi madre.
Mi padre se fue pisando fuerte al trabajo y mi madre victoriosa se fue a buscar los suministros necesarios para curarme.

Si la enfermedad fue un grippe, ella me puso unas franelas empapadas con mostaza en polvo mezclado con agua sobre mi pobre pecho. Despues de pocos minutos tuve que insistir que les sacan porque estaban quemando mi piel. Despues, ella puso Vicks Vaporub en mi pecho ardiente para enfriarlo y calmarlo.

Estas tres aromas son el olor que me hace recorder enfermedades de mi ninez: el aroma punzante de mostaza, el aroma de eucalipto de Vicks Vaporub y el apetitoso aroma de la sopa de pollo de Campbell.

eljovendario dijo...

Lovely J, I remember Vick Vaporuv as part of my youth too. Nice list! I can remember Eucalyptus and Pulmex in my life as well. Many respiratory diseases in my youth. Thanks a lot for sharing your memories, it makes me remember many more experiences. Send you a strong hug :)

Pedro Maldonado dijo...

Qué lindo texto Darío, lleno de cariño y nostalgia. Esta temporada de pandemia y encierro ha despertado muchas sensibilidades y recuerdos escondidos en la memoria de todos.
En mi caso recuerdo el chocolate de la tarde en mi soledad de hijo mayor que le lleva 10 años a su hermana, mi hermana. También están los sándwiches de mermelada y queso que ahora disfrutan mis hijos. Y no puede faltar el te negro con limón y azúcar en casa de mi abuela paterna.
Sigue escribiendo y recibe mi abrazo

eljovendario dijo...

Gracias por tus palabras Pedro, tu comentario me recuerda que también fueron parte de mi niñez esos sánduches de mermelada, y de otros tipos incluso. Dicen que comer es una de las actividades que más placer dan en la vida, que en este caso está muy ligado al bienestar emocional. ¡Un gran abrazo Pedro!

Reno dijo...

Que bello texto amigo. Siento que te conozco un poco más.

El cariño de mi hogar sabe a leche con pinol y colada de sagu (tambien conocido como tapioca, no tapioquita).

Cuando nos daba gripe mi madre preparaba un jugo de naranja endulzado con palena o miel y lo hacía hervir. Nos arropaba bien y nos daba el brebaje hirviendo, decía que teníamos que sudar la enfermedad.

eljovendario dijo...

Casi todos coincidimos con algunas bebidas, como la del jugo de naranja endulzado con panela, un clásico en este hogar también. Gracias por tus palabras Reno un abrazo grande!

JuanMa dijo...

Darío que gusto encontrar tu blog, incrible conocerte primero a traves de la radio, y ahora ver tu evolución en la redacción y la forma de plasmar tus ideas a lo largo del tiempo que veo, has construido este espacio; siempre un gusto hacer menos tedioso el paso del tiempo en mi oficina, con tu locución y tus entradas. un saludo. JuanMa

eljovendario dijo...

Hola JuanMa gracias por tu comentario, conectar a través de medios digitales se vuelve a veces más directo, siempre cuento que este blog apareció porque quería escribir editoriales en el periódico, conectaba con esos escritores sin rostro sin conocer nada de sus vidas salvo sus líneas. El gusto es mío buen JuanMa.

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