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miércoles, 28 de septiembre de 2016

Fuera de La Paz



La paz esté con todos nosotros, porque sigo mi camino por la curiosa Bolivia, y la calma no es mi compañera de viaje. Todo sucede rápido. Los horarios de desayuno de los hostales evitan que la resaca me mantenga en mi cómodo lecho de descanso. Los letreros en la ducha me advierten que debo ahorrar energía y bañarme en el menor tiempo posible (Bolivia tiene problemas con el gas). Toda idea de escasez desaparece al ver el festín que tenemos por desayuno. La mesa tiene varios tipos de pan, café, leche, yogurt, mermelada, fruta, jugo de naranja. Un buffet que comparto con Juan y Julissa (mis amigos de Perú), y claro con todos los habitantes temporales del Wild Rover, generalmente vienen empaquetados en marcas como Patagonia, North Face, Asics, Marmot, Columbia, Arc’Teryx, o Petzl.

Todos estamos entretenidos escribiendo bitácoras de viaje, actualizando estados con un clásico “Mamá estoy vivo”, o un “Bolivia”. Al salir del hostal pude ver una cartelera con varias fotos tamaño carnet con leyendas como: “…te vamos a recordar por siempre amigo…”, o “…un día te alcanzaremos en ese camino que ahora te toca recorrer solo…”. Los rostros alegres de esos jóvenes en esas fotografías me recuerdan que también puedo morir. Esa idea que aparece más fuerte con la edad. Un viaje está lleno de emociones eufóricas, ese día, antes de salir al Salar de Uyuni, la “cartelera de la muerte” redujo mi ánimo. Quizás tomé decisiones más calmadas gracias a esos memoriales, no pasaría mucho tiempo para ver otros similares y más tristes al sur.

Al Salar

Hicimos un mal negocio en La Paz en alguna oficina de turismo, y pagamos demás para ir al Salar como buenos novatos. Salimos en la noche a eso de las 19:00 desde el Terminal de buses de La Paz, nos esperaban doce maravillosas horas de viaje. El frío que sentí en el trayecto solo se comparaba al sufrimiento que tuve con cada bache del camino al Salar. Doce horas de saltar, maldecir, morir de frío, y los gritos de los gringos que iban en los asientos traseros “FUCK FUCK FUCK”, y con razón si salían volando un metro cada hueco. Casi pago mi burla con mi computador que iba en mi mochila pequeña y que se cayó de los maleteros superiores como si escapara del suplicio (sobrevivió). Más tarde una mexicana del DF, Geraldine, nos contaba alegre sobre su placentero viaje en bus.


              

             


Llegamos maltratados a la madrugada. Teníamos que esperar a la gente de la empresa turística, pero no aparecían. No hubiera sido problema la espera, pero el frío era tan fuerte que mis barbas de viaje ya empezaban a tener hielo. Por ahí apareció una señora mayor que nos “invitaba” a una cafetería para no pasar frío. No le dijo a un sordo pensé. Caminamos unos doce minutos de sufrimiento total para llegar a la única cafetería abierta en ese desolado lugar.

¡Seño deme lo más caliente que tenga! (No, eso no)

Comer todo, y cargar todo dispositivo es la prioridad, y hay que hacerlo rápido porque todos los extranjeros van a los interruptores como osos a la miel. Entonces apareció un joven, pequeño y con rastas que nos encontró en la cafetería. Jasmani, de la empresa de turismo, un “fronterizo” como el mismo nos explicó, no era de aquí ni de allá, ni de Brazil, ni de Bolivia. “Entrador” ya le sacó el Facebook a la mexicana. Nos condujo a la oficina desde donde íbamos a salir al Salar con brasileños y mexicanos.

Gustavo me recomendaba Floreanópolis, Sao Paulo, Salvador y Natal en Brasil. Geraldine era la “chava” con energía infinita, la pareja buena onda Roberto y Arelli. Roberto es periodista, así que sentía la presión por dejar en buena estima al Ecuador. Julissa y Juan from Arequipa, Perú y yo estábamos listos. Había tiempo para enviar mi clásica postal de "estoy vivo" por correo, pero ninguna llegó a su destino. Correo de mierda.

Llegó la hora, el grupo se distribuyó en dos Jeep cuatro por cuatro. Primer destino: Cementerio de trenes. Si el mundo se hubiera acabado en plena revolución industrial, así se vería, lleno de trenes color cobre, color herrumbre, en un desolado soleado salar. *Una vez hubo una línea de ferrocarril en Bolivia, inaugurada a finales del Siglo XIX, que comunicó Uyuni con Antofagasta (ahora chileno) y que sirvió para transportar minerales como estaño, plata y oro. Durante décadas fue un símbolo del progreso boliviano, que se perdió con la pérdida en la guerra de su única porción de mar. **El primer tren que llegó a Uyuni desde Antofagasta fue en 1890 un 20 de noviembre. El sitio es súper turístico. Buscamos desesperadamente hacernos las mejores fotos con los “trenes muertos”.






























                          



Nos encaminamos al salar. Nuestro chofer fue todo menos carisma, le pregunté que por qué íbamos tan lento, y me dijo "amablemente" que hay un límite de velocidad para los automotores, que debido a la excesiva velocidad suceden accidentes fatales. Es fácil comprobar esa terrible información en internet. Pero… ¿Por qué vamos al Salar de Uyuni?

El Salar de Uyuni está ubicado en el distrito de Potosí en Bolivia. Es el mayor y más alto desierto de sal, y la mayor reserva de litio del mundo. Es uno de los destinos más visitados de Bolivia con aproximadamente 60000 turistas cada año. Para ver el reflejo del cielo se recomienda visitar el salar desde Enero a Marzo que es época de lluvia. (Yo fui en agosto :S) ¿Necesitas otra razón? Sí, claro, también puedes tomarte la clásica foto de perspectiva.


Al principio se me cruzaron ideas de que el Salar está sobrevaluado, porque vi un horizonte infinito, blanco, que me causó una sensación de “vacío”, una decoración minimalista de niveles celestiales. Pero esa misma desolación es su encanto (mi mayor anhelo, mi ilusión), la sal, el agua que brota de la tierra, las islas, lagunas, flamingos, las sombras de longitudes eternas, no por nada le apodan el “desierto de Dalí”. Experimentar el vacío y no me refiero a tu fatua personalidad, no. Un vacío de una simpleza contundente. Hay que estar ahí para entenderlo.   


Desde 2014 Bolivia recibe el rally más famoso del mundo, El Dakar. El Salar es parte de la ruta y se puede encontrar monumentos de homenaje en donde los turistas aprovechan para tomarse fotos.

Unos cuantos metros más adelante está ubicado el antiguo hotel de sal, hoy un punto para descanso y turismo lleno de banderas de todo el mundo. El año pasado cuando llegué a dicha locación, publiqué una foto en mi cuenta de Instagram (@eljovendario) con la inmaculada bandera de Ecuador, que recibió una mancha de marcador con mi nombre como muestra de cariño y registro de la peripecia. Ante algunas críticas, lo único que puedo acotar es que todos los turistas que llegan, registran su nombre en sus respectivas banderas. A mí me sorprendió que no haya ni una marca en la nuestra. Así que me permití hacer una. Lleven su marcador por favor, no quieren perder esa oportunidad única de “herejía” patriótica. Gracias al que puso nuestra bandera en aquel lejano lugar para que yo pueda mancillarla.
   
En el centro del salar se encuentra la isla Incahuasi que tiene un sendero que recorre la poca vegetación del lugar, sirve como mirador y claro, debes pagar un precio por subir. Es un spot turístico que incluye bailes típicos, cervezas y comida variada, que puedes obviar, aunque desde ahí tomé una de mis mejores fotos. No hubiera subido, pero el viento me regaló un boleto.

No más sal. Quedan algunas ciudades bolivianas de las que escribiré en los próximos días. ¿Qué esperas para ver el salar por tu cuenta? Está cerca y es barato. No hay excusas.

        
   





* Fuente: http://www.elrincondesele.com/cementerio-trenes-uyuni-bolivia/
** Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Uyuni

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