La paz esté con todos nosotros, porque sigo mi camino por la
curiosa Bolivia, y la calma no es mi compañera de viaje. Todo sucede rápido.
Los horarios de desayuno de los hostales evitan que la resaca me mantenga en mi
cómodo lecho de descanso. Los letreros en la ducha me advierten que debo
ahorrar energía y bañarme en el menor tiempo posible (Bolivia tiene problemas
con el gas). Toda idea de escasez desaparece al ver el festín que tenemos por
desayuno. La mesa tiene varios tipos de pan, café, leche, yogurt, mermelada,
fruta, jugo de naranja. Un buffet que comparto con Juan y Julissa (mis amigos
de Perú), y claro con todos los habitantes temporales del Wild Rover,
generalmente vienen empaquetados en marcas como Patagonia, North Face, Asics,
Marmot, Columbia, Arc’Teryx, o Petzl.
Todos estamos entretenidos escribiendo bitácoras de viaje,
actualizando estados con un clásico “Mamá estoy vivo”, o un “Bolivia”. Al salir
del hostal pude ver una cartelera con varias fotos tamaño carnet con leyendas
como: “…te vamos a recordar por siempre amigo…”, o “…un día te alcanzaremos en
ese camino que ahora te toca recorrer solo…”. Los rostros alegres de esos
jóvenes en esas fotografías me recuerdan que también puedo morir. Esa idea que
aparece más fuerte con la edad. Un viaje está lleno de emociones eufóricas, ese
día, antes de salir al Salar de Uyuni, la “cartelera de la muerte” redujo mi
ánimo. Quizás tomé decisiones más calmadas gracias a esos memoriales, no
pasaría mucho tiempo para ver otros similares y más tristes al sur.
Al Salar
Hicimos un mal negocio en La Paz en alguna oficina de
turismo, y pagamos demás para ir al Salar como buenos novatos. Salimos en la
noche a eso de las 19:00 desde el Terminal de buses de La Paz, nos esperaban
doce maravillosas horas de viaje. El frío que sentí en el trayecto solo se
comparaba al sufrimiento que tuve con cada bache del camino al Salar. Doce
horas de saltar, maldecir, morir de frío, y los gritos de los gringos que iban
en los asientos traseros “FUCK FUCK FUCK”, y con razón si salían volando un
metro cada hueco. Casi pago mi burla con mi computador que iba en mi mochila
pequeña y que se cayó de los maleteros superiores como si escapara del suplicio
(sobrevivió). Más tarde una mexicana del DF, Geraldine, nos contaba alegre
sobre su placentero viaje en bus.
Llegamos maltratados a la madrugada. Teníamos que esperar a
la gente de la empresa turística, pero no aparecían. No hubiera sido problema
la espera, pero el frío era tan fuerte que mis barbas de viaje ya empezaban a
tener hielo. Por ahí apareció una señora mayor que nos “invitaba” a una
cafetería para no pasar frío. No le dijo a un sordo pensé. Caminamos unos doce
minutos de sufrimiento total para llegar a la única cafetería abierta en ese desolado
lugar.
¡Seño deme lo más caliente que tenga! (No, eso no)
Comer todo, y cargar todo dispositivo es la prioridad, y hay
que hacerlo rápido porque todos los extranjeros van a los interruptores como osos
a la miel. Entonces apareció un joven, pequeño y con rastas que nos encontró en la
cafetería. Jasmani, de la empresa de turismo, un “fronterizo” como el mismo nos
explicó, no era de aquí ni de allá, ni de Brazil, ni de Bolivia. “Entrador” ya
le sacó el Facebook a la mexicana. Nos condujo a la oficina desde donde íbamos
a salir al Salar con brasileños y mexicanos.
Gustavo me recomendaba Floreanópolis, Sao Paulo, Salvador y
Natal en Brasil. Geraldine era la “chava” con energía infinita, la pareja
buena onda Roberto y Arelli. Roberto es periodista, así que sentía la presión
por dejar en buena estima al Ecuador. Julissa y Juan from Arequipa, Perú y yo estábamos listos. Había tiempo para enviar mi clásica postal de "estoy vivo" por
correo, pero ninguna llegó a su destino. Correo de mierda.
Llegó la hora, el grupo se distribuyó en dos Jeep cuatro por
cuatro. Primer destino: Cementerio de trenes. Si el mundo se hubiera acabado en plena revolución industrial, así se vería, lleno de trenes color cobre, color herrumbre, en
un desolado soleado salar. *Una vez hubo una línea de ferrocarril en Bolivia, inaugurada a finales del Siglo XIX, que comunicó Uyuni con Antofagasta (ahora chileno) y que sirvió para transportar minerales como estaño, plata y oro. Durante décadas fue un símbolo del progreso boliviano, que se perdió con la pérdida en la guerra de su única porción de mar. **El primer tren que llegó a Uyuni desde Antofagasta fue en 1890 un 20 de noviembre. El sitio es súper turístico. Buscamos desesperadamente hacernos
las mejores fotos con los “trenes muertos”.
Nos encaminamos al salar. Nuestro chofer fue todo menos
carisma, le pregunté que por qué
íbamos tan lento, y me dijo "amablemente" que hay un límite de velocidad para los
automotores, que debido a la excesiva velocidad suceden accidentes fatales. Es fácil
comprobar esa terrible información en internet. Pero… ¿Por qué vamos al Salar
de Uyuni?
El Salar de Uyuni está ubicado en el distrito de Potosí en
Bolivia. Es el mayor y más alto desierto de sal, y la mayor reserva de litio
del mundo. Es uno de los destinos más visitados de Bolivia con aproximadamente
60000 turistas cada año. Para ver el reflejo del cielo se recomienda visitar el
salar desde Enero a Marzo que es época de lluvia. (Yo fui en agosto :S) ¿Necesitas otra razón? Sí,
claro, también puedes tomarte la clásica foto de perspectiva.
Al principio se me cruzaron ideas de que el Salar está
sobrevaluado, porque vi un horizonte infinito, blanco, que me causó una
sensación de “vacío”, una decoración minimalista de niveles celestiales. Pero
esa misma desolación es su encanto (mi mayor anhelo, mi ilusión), la sal, el
agua que brota de la tierra, las islas, lagunas, flamingos, las sombras de
longitudes eternas, no por nada le apodan el “desierto de Dalí”. Experimentar
el vacío y no me refiero a tu fatua personalidad, no. Un vacío de una simpleza
contundente. Hay que estar ahí para entenderlo.
Desde 2014 Bolivia recibe el rally más famoso del mundo, El
Dakar. El Salar es parte de la ruta y se puede encontrar monumentos de homenaje
en donde los turistas aprovechan para tomarse fotos.
Unos cuantos metros más adelante está ubicado el antiguo
hotel de sal, hoy un punto para descanso y turismo lleno de banderas de todo el
mundo. El año pasado cuando llegué a dicha locación, publiqué una foto en mi
cuenta de Instagram (@eljovendario) con la inmaculada bandera de Ecuador, que
recibió una mancha de marcador con mi nombre como muestra de cariño y registro
de la peripecia. Ante algunas críticas, lo único que puedo acotar es que todos
los turistas que llegan, registran su nombre en sus respectivas banderas. A mí
me sorprendió que no haya ni una marca en la nuestra. Así que me permití hacer
una. Lleven su marcador por favor, no quieren perder esa oportunidad única de
“herejía” patriótica. Gracias al que puso nuestra bandera en aquel lejano
lugar para que yo pueda mancillarla.
En el centro del salar se encuentra la isla Incahuasi que
tiene un sendero que recorre la poca vegetación del lugar, sirve como mirador y
claro, debes pagar un precio por subir. Es un spot turístico que incluye bailes típicos, cervezas y comida variada, que puedes obviar,
aunque desde ahí tomé una de mis mejores fotos. No hubiera subido, pero el
viento me regaló un boleto.
No más sal. Quedan algunas ciudades bolivianas de las que escribiré en los próximos días. ¿Qué esperas para ver el salar por tu cuenta? Está cerca y es barato. No hay excusas.
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